miércoles, 18 de junio de 2014

Paisajes encontrados.





La montaña y lo sublime.  Silvia Ghedini

Sobre la cima nos encontramos con la nada. Viene  a decirnos, que no nos sirven todas las imágenes que llenan los ojos y los sentidos de la vida cotidiana. Aquí estamos solos, rodeados por el cielo, casi la única existencia de color que el artista nos deja. La nieve cubre trozos de un paisaje inmóvil, despojado de vida, como dormido en la eternidad siempre igual a sí misma.
Parece que nos vamos a encontrar con algo que no estábamos buscando, aunque aquellas cimas nos llaman, sus misterios nos susurra  una existencia oculta en  nuestro cotidiano vivir, sentir e imaginar.
La montaña sale  del vacío, y su cromatismo esencial, su claroscuro que nos hace salir y entrar en otro mundo, nos dice que hay cosas más allá de la imagen pura, una dimensión que abraza todo el ser humano en la que este vacío se transforma en un Todo. Un paisaje casi primordial del que se ve su final, pero no las raíces. No se  ve su principio, solamente nos encontramos donde acaba su forma, aunque es solamente una ilusión: la  ilusión de las formas que perciben nuestros sentidos. Tierra anclada en tierra, raíces lejanas de un subconsciente manchado por el femenino, aunque hoy en día hemos perdido ya sus huellas y solamente nos llegan escasos matices. El color, y la falta de color acompañan el alma en este simbolismo arcaico que es la montaña, un lugar en  el cual todo empezó. No hace falta recordar que desde siempre el ser humano puso sus divinidades en cima de una montaña, así que queda clara la relación que hay entre la montaña y lo sagrado, lo divino. La montaña participa también de la simbología del Centro: en ella se encuentran la tierra y el cielo, imagen del axis mundi. Por analogía, cada templo y palacio, eran una representación de la montaña sagrada y llegaban a ser a su vez, el centro del mundo, punto de conexión entre los niveles de la existencia.
En las obras expuestas, nos encontramos  frente a  la montaña, y podemos darnos cuenta, como el recorrido para llegar a ella, es muy difícil, porque es un camino espiritual, desde lo profano a lo sagrado, una elevación hasta la conciencia de nuestro proprio Ser. Sobre su cima han estado revelados los mensajes divinos, en casi todas las épocas.

La representación de esta naturaleza es casi desnuda, no lleva nada de la riqueza de los paisajes domesticados o creados por el ser humano, llenos de vida, de colores, de materia, de juegos de luz, de agua. Aquí queda lo esencial de nosotros, sin ilusiones, sin nada que nos pueda despistar. Sobre su  cima podemos ver el horizonte, como nunca lo hemos visto antes, después de un esfuerzo que nos hace sobrepasar nuestros límites humanos, porque aquí el dialogo es con la divinidad. Todos los elementos naturales se encuentran concentrados: el agua en hielo, la tierra en piedra, el aire se hace enrarecido, y también el ser humano, una vez llegado a la  cima, se encuentra concentrado en sí mismo, lo sublime, eje de esta conexión entre la vida y lo divino, lo efímero y la eternidad, sin inicio y sin fin.